Dickens era gilipollas

Si no fuera por el indecente traje de todas las camareras, que emulaba a un Santa Claus que había olvidado ponerse el 90% de su ropa, Yasshiff habría olvidado qué noche era.
De donde venía, aquel día era satanizado, llenaban la cabeza de los niños con mentiras sobre las fiestas occidentales, y prohibían a las pocas iglesias de su país vestirse de lujos para conmemorar el nacimiento de nosequién en nosequé día. No le importaba, nunca le importó. Tenían sus propias fiestas. Aunque en el pueblo miserable donde había nacido, la palabra fiesta era casi un tabú en el vocabulario.

Miró a Claudia. Si ella se había dado cuenta del día que era, no pareció mostrarlo. Miró con indiferencia a las camareras, y al lacito que coronaba sus medias altas, a la minifalda de falso terciopelo rojo rematada por espumillón blanco. Al gorro rojo que parecía sacado de un cuento de Dickens. No pudo reprimir una media sonrisa al pensar que quizá aquel año recibiera tres visitas, un fantasma del pasado, del presente y del futuro. Desde luego, el árabe lo merecería.

Claudia le devolvió la mirada, haciéndole entender que la estaba observando demasiado. Cada uno se había apostado en un rincón opuesto del local, ella radiante, sentada en la barra, enfundada en un vestido azul grisáceo que dejaba muy poco a la imaginación. Tenía sus largas piernas cruzadas, y agitaba un pie con nerviosismo. Yasshiff podía ver intermitentemente la suela roja de sus zapatos de tacón. No tardó en acercársele un tío que puso una mano en la barra, invasivamente, mientras trataba de susurrarle algo al oído de forma sensual. Claudia le hizo sentarse en un taburete a su lado, y luego le dio una disimulada descarga con el taser, dejándolo bien dormidito a su lado, como si fuera un borracho más. Dio un largo suspiro, mientras devolvía el arma al interior del bolso. El vampiro sonrió. Buena chica.

Después, devolvió la mirada hacia la copa que tenía delante. Un Martini. Jamás había bebido alcohol en vida, y una vez muerto le era imposible, pero agitó la aceituna durante unos instantes, mientras se ponía cómodo sobre el sillón. Habían venido a hacer unas delicadas negociaciones con el dueño del local, y le habían reservado un lugar de honor. El cabrón había empezado a vender droga en su territorio, y el único motivo por el que no entraba a su estilo –es decir, dando una patada en la puerta y disparando antes de preguntar- era porque todavía temía que Claudia se desmoronara como una escultura de arena.

Inmerso en sus pensamientos, no se dio cuenta de que alguien se había sentado frente a él hasta que vio movimiento frente a sus ojos. Dio un respingo, mientras se incorporaba y miraba al desconocido a la cara, preparando su expresión de hijo puta peligroso. Sólo que cuando lo hizo, se dio cuenta de que no era un desconocido.
-Hawass… -murmuró el vampiro, anonadado.

Allí estaba, el espíritu que le había seguido durante sus primeros años como no muerto. El espíritu de sus antepasados, que le había torturado por abandonar su fe. Vestido con una chilaba blanca, la barba grisácea le caía sobre el pecho, y sonreía. Joder, parecía que sí que iba a recibir la visita de fantasmas.
-No, no en plural. Sólo yo –dijo el espíritu, leyendo su pensamiento.  
-¿Qué coño haces aquí? –Masculló el vampiro, mirando nerviosamente a su alrededor. Vio que el fantasma abría la boca para comentar algo, así que alzó un dedo- No me importa. Lárgate.
Hawass sonrió de medio lado, una sonrisa que le recordaba a la suya propia. Escalofriante, ¿era eso lo que dejaba ver a Claudia siempre? Joder.
-Venía a comprobar cómo eres de infiel ahora mismo. De blasfemo.
-Olvídame.
-¿Ahora bebes alcohol? ¿Celebras la Navidad?
-Estoy en mitad de un trabajo.
-Matas infieles por placer, no porque sea tu deber.
-No los mato porque sean infieles.
-Y siempre con esa mujer…
-¡Cállate! –Aquella palabra surgió como un doloroso esputo de su interior- Ni se te ocurra hablar de ella.
El espíritu se acomodó sobre la silla, sonriendo. Esa sonrisa diabólica de nuevo.
-¿No puedo hablar de ella? ¿De la cantidad de tiempo que te quita? ¿O de lo débil que te vuelves cuando estás a su lado?

Yasshiff apretó los puños. La copa de Martini se agrietó bajo sus dedos y estalló. Los cristales de vidrio roto se clavaron en sus dedos. Le latían las sienes de pura rabia. ¿Por qué había regresado el fantasma? ¿Le acosaría para siempre? ¿Le seguiría como había hecho antes, arruinando cada momento, cada silencioso regalo de tranquilidad? Le miró a los ojos, unos ojos verdes, como los suyos, que le atravesaban el alma. Quizá debería simplemente, marcharse. Quizá debería marcharse, abandonando a Claudia a su suerte. Era cierto, aquella mujer siempre había sido un lastre para él, nunca la había querido. Y en aquellos tiempos siempre tenía la impresión de que si la forzaba demasiado, se rompería. Era como un delicado huevo de faberge.

Abrió la mano, dejando caer los trocitos de cristal, y se dispuso a levantarse cuando escuchó dos potentes disparos a su espalda. Se sobresaltó cuando comenzó a escuchar los gritos de clientes y camareras, y salió de su extraño ensimismamiento cuando alguien lo empujó al pasar por su lado. En aquel instante, se puso a cubierto y buscó a Claudia con la mirada. La encontró de pie frente a la barra, apuntando con una pistola humeante. 

Yasshiff siguió la dirección del arma con los ojos, hasta volverse a tiempo para ver caer un hombre desde el piso superior. Había atravesado el cristal que separaba ambas plantas al recibir el disparo, y mientras caía Claudia le disparó una vez más, convirtiéndolo en ceniza. Trozos de cristal y ceniza regaron a los mortales aterrorizados que corrían hacia la salida. El vampiro se volvió de nuevo. El fantasma había desaparecido, y mientras trataba de poner en orden sus pensamientos, Claudia corrió hacia él y le arrastró hacia una salida trasera. Una vez fuera, los dos avanzaron rápidamente hacia el coche y arrancaron, perdiendo de vista el local en cuestión de segundos. Las sirenas de policía quedaron atrás, y entonces Claudia se quitó los zapatos, suspirando.
-¿Qué coño ha pasado? –Preguntó el vampiro, cogiendo con la boca el cigarrillo encendido que le tendía su ghoul.
-Giovannis –respondió ella, encendiéndose su propio pitillo- he flipado un poco cuando te he visto hablando solo, pero cuando de repente han entrado mis padres y me han intentado convencer de que eran fantasmas, y que siempre había sido una decepción constante para ellos, me he dado cuenta. Nos estaban intentando dominar para controlarnos. Por fortuna he visto al tipo que los había invocado y le he matado antes de que pudiera conseguir nada.

Yasshiff soltó el volante con una mano para quitarse el cigarrillo de entre los labios y exhalar una bocanada de humo, asintiendo. Tenía sentido. Habían tenido pocos encuentros con los Giovanni, pero todos habían acabado con un regusto amargo. Decididamente eran su clan menos favorito.
-¿Con quién estabas hablando? –Preguntó la chica.
-Un fantasma solía seguirme antes de conocerte –respondió él, echando un vistazo por el espejo retrovisor antes de cruzar tres carriles para aparcar. Los bocinazos de los otros conductores le hicieron soltar un gruñido.
-¿Y qué pensabas? ¿Que estabas recibiendo la visita del fantasma de las Navidades Pasadas o algo así? –Claudia, con una sonrisa burlona, le dio una larga calada al pitillo antes de lanzarlo por la ventanilla bajada.

Yasshiff sonrió, mientras apoyaba la nuca en el reposacabezas. ¿Recibir visita de tu propia conciencia en el día en el que el Dios se hizo carne en la tierra?


Sí, qué gilipollez.