El restaurador de juguetes rotos

Claudia estuvo varias horas entrando y saliendo de un estado de inconsciencia. Toda la mitad derecha de su cuerpo se había convertido en un amasijo de dolor palpitante y fuego. El dolor de la herida del hombro le nacía en el cuello y le acababa en la cintura, de alguna manera que ella no entendía.

Ojalá alguien le explicara qué era lo que estaba haciendo allí. No pudo pensar mucho más antes de volver a caer inconsciente. Tuvo muchas pesadillas a causa del dolor. Soñó con sus padres, con Yasshiff, con todas las veces que había estado cercana a la muerte. Soñó con el día que perdió a Mario, su primer amo. Le vio siendo tragado por las sombras, y soñó que la llamaba desde allí, intentando salir como un animal atrapado en un pozo de fuel.

Soñó con un ángel de cabello negro que se inclinaba sobre ella y la besaba en la boca. ¿Qué clase de ángel lleva tatuajes? Aquel hombre le acarició el rostro. Sería el ángel de la Muerte. 
Finalmente Claudia se despertó de golpe al sentir unas manos callosas tocándole la herida del brazo. Se incorporó dando un respingo, y derribó de un empujón al hombre que se encontraba inclinado sobre ella. Alzó el brazo para darle un puñetazo, pero se detuvo al sentir un dolor lacerante en la herida. La joven lanzó un grito de dolor y frustración. Jamás podría salir de allí.
-Estate quieta, o te abrirás la herida de nuevo –musitó el hombre en un español extraño, hablaba como un argentino pero su acento era alemán. Se incorporó lentamente, sacudiéndose el serrín del pantalón. Se encontraban totalmente solos en la jaula, y Claudia vio que había un maletín de médico algo anticuado sobre el suelo, junto a él. Luego, miró al hombre; era un vampiro cuya apariencia correspondía a la de un hombre anciano. Tenía algo de pelo ralo y canoso sobre -y en- las orejas, la típica nariz hinchada, y la examinaba con unas gruesas gafas que se le habían deslizado hasta el borde de la nariz, y que le agrandaban tanto los ojos  que le hacían parecer algún tipo de extraño insecto.

Claudia le escudriñó con la mirada, desconfiada, mientras el vampiro se ponía en pie.
-He venido a curarte –le informó, poniéndose las gafas en su sitio.
-Pues a buenas horas –respondió Claudia, suspirando.

No es que se fiara de él –que no lo hacía- es que la chica sabía aprovechar las buenas oportunidades. Nada indicaba que aquel hombre no hubiese ido a curarla realmente, y si lo hacía, luego tendría más posibilidades de escapar y enfrentarse a quien fuera. Y si no, bueno, al fin y al cabo iba a morir de un momento a otro.
-Estaba examinando la herida de tu cabeza –comentó él, mirando su cráneo superficialmente- aunque lo más probable es que no sea nada. Las heridas ahí son muy escandalosas, sangran mucho. La del hombro me preocupaba un poco, pero está bien. Te he extraído la bala mientras estabas inconsciente y no tardarás en curarte. Eres un espécimen sano.
-¿”Espécimen”? ¿Así es como nos llamáis ahora los vampiros? –La joven dejó que le lavara la herida con una sustancia desinfectante parecida al alcohol. Luego observó con desagrado cómo el médico sacaba una aguja esterilizada e hilo del maletín y comenzaba a prepararla.
-Relaja el brazo, vas a partir la aguja -musitó, mientras la introducía en su carne.
-Es que duele, coño.
-Ya, siento no ponerte nada para el dolor, pero no estaba preparado para encontrarte en tan malas condiciones -se detuvo cuando se dio cuenta de que, al parecer, había hablado demasiado.

Claudia suspiró, así que el secuestro fue preparado por aquel patán. Seguramente contrató a los chicos y se les fue de las manos. Pero había algo extraño, a ojos de la muchacha no parecía ser el típico secuestrador. Parecía simplemente… un mandado. ¿Habría actuado siguiendo las órdenes de alguien más? Apretó los dientes cuando sintió la aguja atravesándole la piel de nuevo.
-Eres un buen espécimen, sí señor –murmuró el vampiro para sí mismo, dándole la última puntada. Luego, la miró a la cara, escudriñándola. –No es natural, ¿verdad?

La pregunta la dejó un poco desconcertada, pero luego le dio cuenta de que se refería a ella misma. Claudia se llevó los dedos a la mejilla. Casi no se acordaba de cómo era antes del cambio, no tenía fotos de sí misma y todo al que conocía había quedado atrás hacía mucho.
-No, un tzimisce me retocó cuando tenía catorce años. –Si cerraba los ojos aún podía recordar aquel acontecimiento perfectamente. Fue conducida hacia una habitación aparte, apartada de Mario y Yasshiff en contra de su voluntad. Da Visu, el tzimisce, jugó con ella, la hizo creer que la volvería un monstruo deforme. Pero cuando despertó era… bueno, guapa. No es que antes no lo fuera, era una chica normal. Pero aquel tzimisce la hizo... la hizo hermosa.
-Sí, vosotras soléis atraer a los vampiros más “excéntricos” –Respondió el médico, mientras guardaba la aguja y las gasas usadas en el maletín- En cualquier caso, hizo un buen trabajo.
-¿Es que también eres un tzimisce? –Preguntó ella, mientras se echaba un vistazo a los puntos. Pese a lo mal que tenía la herida, había quedado reducida a una pequeña línea- Podrías haberlo arreglado sin dejar cicatriz.
-Nuestros poderes no están contemplados para curar heridas; sería bastante injusto para el resto de vampiros, ¿no crees?

Segunda pista: estaba en manos del Sabbath. 
Mientras el médico vampiro terminaba de revisarle la herida, Claudia desvió la vista hacia el maletín, que reposaba abierto junto a ella, y observó su interior. Vio algunas cosas como grandes paquetes de agujas esterilizadas, gasas y algunos frasquitos con etiquetas ininteligibles y un líquido transparente en su interior. El vampiro sacó uno de aquellos frascos junto con una jeringuilla. La joven se puso en guardia.
-¿Qué coño estás haciendo?
-Son antibióticos. No voy a drogarte. Aún no.

La joven alzó el brazo izquierdo dispuesta de nuevo a golpearle, pero el médico alargó una mano a una rapidez vertiginosa y la golpeó en la boca del estómago. Claudia se encogió hacia adelante, cayendo al suelo sin respiración, y el vampiro aprovechó para clavarle la aguja en el cuello. Ella profirió una maldición, sin aliento. De pronto, la jaula comenzó a dar vueltas a su alrededor. Con que no iba a drogarla. Cabrón.

Cuando vio que el hombre se levantaba, ella alargó el brazo, sin fuerzas, y le cogió del camal del pantalón.
-Por favor, -jadeó- dime por qué me tienen aquí.

El hombre miró la mano que le retenía con una mezcla de fascinación y repugnancia. A Claudia le vino a la mente todas aquellos experimentos en Auschwitz, y la expresión de aquel tipo le recordó a la de un médico sádico mirando a una prisionera. La joven le soltó como si le hubiese dado calambre. Los labios agrietados del vampiro formaron una sonrisa, dejando ver una dentadura recta y blanca. Sus ojos azules brillaron un instante, volviéndose más pálidos.
-Ya te lo he dicho, eres un buen espécimen. Me ha costado horrores encontrarte, aunque ha sido un reto interesante. Llevaba muchos, muchísimos años sin ver a una de las de tu especie – se inclinó hacia ella y le cogió la barbilla entre sus dedos de nudillos hinchados, examinándola- hubiese preferido a una de sangre pura, pero esas son casi imposibles de encontrar.
-¿Una qué? –susurró Claudia, luchando por mantenerse despierta.

Él la soltó, aún sonriendo.
-Cuida de esa herida, pequeña –le dijo mientras ella cerraba los ojos.
-Pero ¿quién eres? –balbució Claudia a la desesperada.

-¿Yo? –El hombre sonrió de nuevo- El Restaurador.