Ethan

Los pensamientos pasaban raudos y veloces por mi mente, demasiado excitada para mantener ninguno en especial. Después de todos los sucesos acontecidos durante la semana, aquel ratito de paz, de poder poner la mente en orden sin ser interrumpida, fue más relajante que un fin de semana en un Spa. Jarvis me había dejado sola para ir buscar, según sus propias palabras, algo más "decente" para ponerme que la fina bata de hospital que llevaba desde que me habían hospitalizado dentro del edificio Stark.
Sentada sobre el sofá de cuero oscuro del salón, jugueteaba, nerviosa, con mi cabello. La verdad, agradecía bastante que me trajeran algo de ropa, especialmente porque, durante la espera, la espalda se me había quedado pegada al sofá de cuero gracias a la graciosa obertura trasera de la prenda en cuestión, y durante los últimos cinco minutos no me había atrevido a moverme lo más mínimo, pues adelantaba mentalmente la desagradable sensación que sentiría mi piel al despegarse de la del sofá. Pero merecería la pena levantarse de un salto, a pesar del dolor, si Jarvis me traía algo de ropa. Seguro que me compra ropa carísima, de esa que lleva Ironman. Algo de marca, quizá Chanel. Dios, sería cojonudo. ¿Te imaginas, Jay con unos botines de Louboutin? Aquel pensamiento hizo que me retorciera el mechón de cabello con más emoción.

Siguiendo la línea de pensamientos frívolos, de pronto me dio por pensar que alguien debía haberme desnudado cuando caí dormida, y alguien –presumiblemente, la misma persona- había debido vestirme con aquella bata impúdica mientras me recuperaba en la enfermería. Comencé a sentir mucho calor en la cara y el cuello cuando me dio por imaginar a Steve Rogers desnudándome. Sus manos fuertes y varoniles desprendiéndome, una a una, de mis prendas. Desabotonándome la camisa lentamente, acariciando la piel expuesta debajo, reparando en el lunar que me corona el pecho izquierdo. El corazón me latió tan fuerte que me retumbó en los oídos como un tambor de guerra. Me abaniqué con la mano, tratando de bloquear por todos los medios los pensamientos obscenos que me asaltaban sin cesar, para evitar que se me reflejara alguno en el rostro. Por el rabillo del ojo busqué alguna cámara de seguridad que estuviese registrando mis reacciones. Mi imaginación incansable dibujó al Capitán América y a Ironman observando la pantalla de seguridad, descubriéndome en mi azoramiento, e intercambiando miradas de incredulidad. Me golpeé la frente con las manos. A veces era tan ridícula que me entraban ganas de llorar.

Respiré hondo, y decidí dirigir mi vista hacia el enorme ventanal que había frente al sofá, por el que se vislumbraba toda Manhattan. El cielo ya comenzaba a teñirse con las luces anaranjadas del atardecer, y en la lejanía, donde hacía frontera con el mar, el color rosado imprimía una visión romántica de la ciudad. En el interior de la torre, las pocas paredes que restaban en la sala estaban pintadas de un color cálido, y por todas partes se podían vislumbrar las pequeñas señas de identidad de lo que debía ser el propio Tony Stark. Algún brazo biónico inservible mostrado orgullosamente en una estantería; muebles de aspecto caro pero buen gusto cuya elección, sin duda, no habría considerado tarea digna de sí mismo y habría mandado a alguien (quizá Pepper Pots) elegir en su nombre; incluso el sonido metálico de algo mecanizado trabajando en el piso superior, donde se perdían las escaleras de diseño, parecía imprimir su personalidad al lugar. Tenía tantas ganas de investigar por aquel sitio como agujetas en todo mi cuerpo, a pesar de las curas recibidas. Chasqueé la lengua, mientras estiraba la bata para cubrir mis rodillas expuestas. Ojalá alguien me trajera una cerveza.

Por lo que Mark, o más bien, Tyr, me había contado mientras aún estaba en la enfermería, parecía que habíamos tenido la suerte de aterrizar en un momento más o menos pacífico y poco documentado de aquel universo, antes de la Civil War, la Invasión Secreta y todo eso. Antes de conseguir localizarme, el dios había estado investigando sobre los acontecimientos que ya se habían llevado a cabo, y estaba orgulloso y aliviado de anunciar que incluso los mutantes todavía estaban en el país, aún no se habían marchado a Genosha.
-¿Deberíamos advertirles de lo que va a pasar? –Le había preguntado al recién nombrado Dios cuando nos quedamos solos. Él había reflexionado entonces durante algunos instantes, pasando los dedos por aquella increíble y ensortijada barba que le había crecido tan repentinamente.
-No se lo diremos –sentenció con más rudeza de lo habitual. Quizá ser el dios de la guerra había influido, de alguna manera, en su carácter.- Si se lo dijéramos cambiaríamos el curso de su historia.
-Pero quizá el que estemos nosotros aquí ya ha cambiado, de alguna manera, el rumbo. Dios, ojalá tuviéramos un cómic de nuestro mundo para ver si los héroes van desapareciendo, como en…
-Regreso al futuro –terminó Tyr. Sonreí, por muy dios que fuera, aún estábamos vinculados de aquella manera tan especial. Acabar las frases del otro, un clásico.

Sin embargo, observé con fingida fascinación cómo la aguja de la vía se perdía en el interior de mi brazo, sin saber cómo continuar la conversación. Un pensamiento empezó a formarse dentro de mi cabeza, lentamente. Igual de despacio, comencé a murmurar:
-A lo mejor da igual lo que hagamos, porque abrimos la puerta de una realidad paralela diferente…

Tyr dirigió su mirada hacia mí, frunciendo el ceño. Aquel era su gesto de “sé por dónde vas, sigue hablando”. Yo me recogí el cabello tras la oreja como gesto de vehemencia y continué.
-Mira, si lo pensamos desde una perspectiva realista, -hice el gesto de las comillas con los dedos de una sola mano- quizá todas las líneas paralelas, las series paralelas como Ultimate son simplemente realidades alternativas, por eso cuando muere un personaje (como… por ejemplo, Spiderman) sólo afecta a su línea, pero Spiderman sigue vivo en la línea principal ¿entiendes? ¿Cómo, si no, Lobezno podría trabajar en tantos sitios a la vez?
-Pero… -comenzó a rebatir el dios. Alcé una mano para que no me interrumpiera. Estaba llegando a unas conclusiones inteligentes de cojones, y si alguien frenaba el curso de mis deducciones, mi cerebro cerraría el grifo hasta el siguiente siglo. Y aquellas ideas inspiradas eran algo que sólo pasaba una vez en la vida, como con el cometa Halley.
-Entonces, el que nosotros estemos aquí… ¡no! –Agité las manos, entusiasmada por la trayectoria de mis ideas, sintiendo al mismo tiempo el doloroso tirón de la vía en el brazo- El que los malos hayan ido a nuestro pueblo significa que se ha abierto una línea paralela en los cómics y nosotros formamos parte de ella. ¡Tú formas parte de ella! ¡Eres el dios Tyr, formas parte de la mitología de Thor!
-Jay –murmuró Tyr, poniendo una mano sobre mi hombro- Si pertenecemos a una línea de cómics… ¿quién cojones ha escrito esto? ¿Jack Kirby? ¿Straczinsky?
-Joder, espero que haya sido él –exclamé, ilusionada.
-No me estás entendiendo.
-Pues no –el cometa Halley vino y pasó, dejando una vaga estela de luz donde antes el cielo había sido iluminado por todo un cuerpo celeste.

Parpadeé un par de veces, tratando de centrar mis ideas, y fruncí el ceño, esperando que el dios continuara.
-No creo que nadie de nuestro mundo, universo, o lo que sea, pueda hacer un cómic capaz de enviar a los malos al pueblo –continuó él, hablando un poco más despacio.

La mandíbula se me descolgó al instante cuando comprendí lo que quería decir.
-¿Crees que… -aventuré- que alguien de otro universo escribió un guion de cómic donde los malos viajaban al "mundo real"? –Me entró vértigo pensando que ni siquiera nuestro propio mundo fuera el real, el verdadero.

El estómago me dio un vuelco, mientras mi mente intentaba derrumbar barreras de la física y condensar todo lo que ya sabía sobre ciencia ficción, tratando de, al menos, poder concebir de forma vaga aquello de lo que estábamos hablando tan seriamente: había múltiples universos paralelos, y en uno de ellos alguien escribió un guión donde enviaba a los villanos de cómics a lo que él consideraba "el mundo real" en ficción, pero en realidad era nuestro propio universo. ¿Eso significa que soy un personaje de cómic y mis actos están guiados por la pluma de un guionista o dibujante virgen de veinte años que aún vive en casa de su madre? Debí ponerme blanca, o verde, porque Tyr se apresuró a añadir.
-Eso, si apoyásemos tu teoría, Jay. No podemos probarlo. Quizás simplemente… -se rascó la frente- no lo sé, no tengo ni idea. Y porque no tenemos ni idea es por lo que no deberíamos decirles nada sobre su futuro. ¿Está claro?

Tras aquella intensa conversación, asentí, y me había decidido a no pensar más sobre el tema. Pero ahí estaba, mirando sin mirar el borde de mi bata siendo estrujada entre mis dedos, reflexionando como nunca antes. Todavía sentía aquella sensación de vértigo en el estómago. ¿No soy real? Nunca me había planteado lo mucho que podría afectar aquel pensamiento a una persona, y llevaba toda la mañana diciéndole al Capitán América que él tampoco lo era, al menos no en mi universo. ¿Alguien me ha creado a mí? ¿Tal cual soy? ¿Por qué no más alta? ¿Por qué no más lista, o más hermosa? ¿Por qué yo? ¿A quién le interesaría leer algo sobre una veinteañera bajita e insegura que se pierde en un universo que le viene grande? ¿Acaso hay gente a la que le interesa algo así? De pronto me sentí como Buzz Lightyear cuando cruelmente Woody le dice que es un juguete. ¿Tengo en algún sitio un tatuaje que rece Made in Taiwan?
Jarvis carraspeó para sacarme de mis ensoñaciones. Le miré, sobresaltada. Había entrado en la habitación de una manera completamente silenciosa, y había esperado junto a mí a que me percatara de su presencia. Llevaba una bolsa de tintorería entre los brazos, y me observaba elocuentemente.

Me levanté rápidamente, acompañando mi movimiento con aquel característico sonido a velcro abriéndose violentamente. Mientras echaba un vistazo por encima de mi hombro, asegurándome de que no había dejado parte de mi piel pegada al cuero del sofá, el mayordomo se aproximó a mí alzando la bolsa por la percha. Ay, ¿qué me habrá comprado? Ser un jueguete me merecerá la pena si ahora el guionista me deja llevar algo de marca. Vivien Westwood, por favor. Jarvis alzó el plástico de la tintorería y reveló el contenido de la percha. No fue difícil reconocer mi camiseta de Punisher y mis pantalones cortos. Sólo que en aquel momento estaban limpios y enteros, sin desgarrones ni agujeros. Miré a Jarvis, sin saber qué decir.
-Es… es mi ropa –afirmé tontamente. Casi reconocí la voz de Forrest Gump saliendo de mi boca, “mamá decía que podías saber mucho de una persona por los zapatos que usa”. Pero lo cierto es que estaba completamente confusa, ¿me había comprado exactamente la misma ropa?
-Cuando se aseó esta mañana, el señor Rogers me pidió que le consiguiera algo más decente para ponerse que la camisa del señor Stark –me sonrojé y abrí la boca torpemente para explicarle que aquella camisa me la había dado el propio Capi. Sin embargo, él alzó una mano, asintiendo. Joder con los mayordomos y su silenciosa comprensión- así que llevé a remendar y limpiar su ropa.

Alargué las manos para cogerla. Aún estaba calentita, por la plancha. Era la primera vez que alguna pieza de mi ropa era tocada por una plancha.
-No tenías… eh… bueno, muchas gracias –balbuceé- por las molestias. O sea, que siento las molestias.

Jarvis alzó una ceja.“-¿Has estado en algún barco de gambas? –No, pero he estado en un barco de personas”. 
-Sin embargo –continuó, ajeno a mi agitación mental- el señor Rogers me ha sugerido que quizá fuera buena idea que continuara usando la camisa del señor Stark en lugar de la suya propia, ya que podría levantar animadversiones entre las personas que va a conocer en breve y a las que va a pedir ayuda. Al menos hasta que podamos conseguirle una de su talla.

Aunque me miraba siempre a los ojos, un vistazo rápido como un rayo al dibujo de la calavera blanca de Punisher en el pecho de la camiseta fue lo bastante elocuente como para hacerme sentir un poco idiota. Un poco más, quiero decir.
-Claro, claro. Lo siento.

Él sonrió, pronunciado las arrugas de su rostro, e inclinó la cabeza hacia adelante como breve despedida antes de marcharse, siempre con la espalda recta como si hubiese olvidado sacar la percha de su propio traje. Me quedé con las ganas de disculpar mi ropa explicándole que en mi mundo Punisher sólo es un personaje de ficción, y de que si existiera alguien así en mi propio universo jamás se me ocurriría llevar una camiseta suya como si fuera su groupie. Pero por otro lado, ¿qué me importa que piense de mí un mayordomo de cómic? Me importa, respondió una voz en mi mente, me importa mucho lo que piensen de mí. Especialmente en este universo.

Sintiéndome aún aturdida y con el coeficiente intelectual de un camarón, busqué el camino hacia el baño donde tan sólo un par de horas antes me había duchado, y encontré la susodicha camisa colgada detrás de la puerta. Mientras me vestía, me asaltaron las imágenes de mis amigos. ¿Qué les habría pasado? Me miré al espejo, ¿cómo es posible que me hubiera olvidado de ellos tan fácilmente? Habiendo encontrado a Mark, fue como si los demás nunca hubieran existido. Pero existían, joder, y estaban en peligro de muerte. Me sentí tremendamente culpable. En la última hora había pensado sexualmente en el Capitán América, en Jarvis juzgándome, en mi espalda contra el sofá de cuero e incluso había tenido mi propia crisis existencial al estilo Toy Story, pero ninguna de mis reflexiones había incluido a mi grupo de amigos. Joder. Soy lo peor.

A lo mejor, pensé, a lo mejor han cruzado, como Mark, y están vagando por toda Nueva York, buscándonos. Me metí por dentro del pantalón la camisa de Tony Stark, que me estaba más bien grande, y distraídamente me llevé la manga a la nariz. ¿A qué olería Ironman? ¿Chanel número 5? Pero no, era una camisa limpia así que sólo olía a suavizante.


Y aun sin saber cómo, Ethan estaba sentado en la sala de espera del enorme edificio de Industrias Stark. Era consciente de su propio aspecto, completamente inusual e incluso desagradable: llevaba unos vaqueros sucios y una simple camisa azul, cuyo cuello estaba manchado con algunas gotas de sangre seca, provenientes de su labio partido e hinchado. Tenía un ojo morado, y una brecha en la frente cuyo flujo sanguíneo ya había sido taponado por una costra en forma de punta de flecha. Había intentado arreglarse todo lo posible en el baño de una gasolinera, pero las heridas, simplemente, eran algo que no se podían ocultar. Al menos no le habían roto la nariz, pensó tratando de consolarse. Trataba de ignorar las miradas desdeñosas y asustadas del resto de candidatos en la sala de espera, sentado pacientemente junto al menos cincuenta hombres y mujeres cuyas edades oscilaban entre la veintena y la mediana edad, todos elegantemente vestidos. Ellas con tacones de infarto y el cabello pulcramente recogido; ellos con trajes planchados y corbatas ajustadas. De cuando en cuando, le echaban una mirada de reojo y luego ponían los ojos en blanco. Pero no era nada comparado con la mirada que le habían brindado los seguratas de la entrada. Afortunadamente Ethan había puesto su labia a trabajar y los gorilas no sólo le habían dejado pasar finalmente, sino que además le habían prestado una corbata. Pero decidió no ponérsela, no combinaba con su camisa.

Los colores plateados y blancos que reinaban en aquel lugar le hacían sentir un poco pequeño, especialmente en contraste con las proporciones del edificio, ideado para albergar una cantidad obscena de trajes de combate y quién sabe qué otros cacharros. Sólo en la sala en la que se encontraba había espacio para, al menos, una docena de salas de reuniones como las que había en su humilde empresa. Y de ello era prueba la cantidad de personas que había sentadas, en cómodos sillones con respaldo, sin que ni una sola tuviera que esperar de pie. El ambulatorio de su pueblo podría tomar ejemplo, pensó.

Era extraño para él recordar cómo había llegado hasta allí. Al caer sobre la azotea del edificio inmediatamente pensó que todos sus compañeros, incluyendo su primo, se habrían precipitado al vacío. Pero no, echando un vistazo hacia afuera, sin atisbo de vértigo, comprobó que no había ningún cuerpo espachurrado contra el suelo, ni rastros de sangre que atestiguaran una caída libre con final trágico. Así pues, vagando sin rumbo por el Nueva York del universo Marvel, pidió un taxi e inmediatamente se dirigió a la sede central de Starktech.

Ethan era un hombre pragmático, así que sabía que si de encontrar ayuda se trataba, debía ir sin falta a pedirla al mejor superhéroe de todos, Ironman. Que fuera su héroe favorito nada tenía que ver, por supuesto. Sin embargo, sabía que no sería tarea fácil entrar a la sede donde llevaba a cabo todos aquellos fantásticos experimentos. Durante todo el camino en taxi repasó mentalmente mil y un planes para llevar a cabo en caso de que le impidieran la entrada. Por tanto no fue una sorpresa cuando los guardias de la entrada le salieron al paso, pero sí lo fue que le preguntaran si era uno de los que venía a "la entrevista". Quizá le habían tomado por un periodista.
-Sí, lo soy -repuso el chico, dando muestras de su agilidad mental- ¿llego tarde?
-No, aún están esperando -repuso uno de los guardias, mirando su aspecto- ¿le parece que esa es forma de venir a una entrevista?

Ethan se echó el pelo hacia atrás, nervioso.
-He sufrido un atraco por el camino -repuso rápidamente- pero tenía tantas ganas de conseguir... -¿"este reportaje"? ¿"Las fotos"? ¿Qué era lo que se estaría ofertando? - de conseguirlo, que he decidido venir de todos modos.

Conmovidos, los guardias le dejaron pasar, y el resto es historia. Una vez dentro, una secretaria que no hablaba con nadie en concreto y miraba siempre al vacío le puso un montón de papeles en la mano, y le condujo a una sala junto a una enorme cantidad de personas más, con un idéntico montón de papeles sobre el regazo. Pasada la sorpresa inicial, Ethan echó un vistazo a aquello que le habían dado sin ninguna otra explicación que un breve "pase por ahí", y tuvo que reponerse también del sobresalto de encontrar una especie de tests con pruebas de actitud, y psicológicas, como los que le darían a cualquiera que quisiera presentarse a…
-Una entrevista de trabajo –murmuró Ethan, sin dar todavía crédito a lo que tenía ante los ojos.

Echó un vistazo en derredor, dándose cuenta, ahora sí, que muchas de las personas que había a su alrededor ya habían comenzado a escribir. Con pulcras plumas de iniciales grabadas, habían conseguido carpetas para apoyarse y levantaban la vista del papel sólo lo suficiente para fruncir los labios o el ceño en una mueca pensativa. El joven echó un último vistazo a su alrededor, con el corazón latiéndole a un ritmo indebido. Repentinamente se levantó de su asiento y avanzó hacia un mostrador, detrás del cual había una joven hablando por teléfono. En el escritorio frente a ella, aparte de un ordenador con múltiples ventanas abiertas, reposaban un sinnúmero de papeles, y otros tantos lapiceros repletos hasta los topes.
-Perdone, ¿le importa…? –Preguntó Ethan, cogiendo un bolígrafo normal y corriente antes de esperar una respuesta.

Regresó rápidamente a su asiento, sintiéndose por dentro como un niño haciendo una travesura muy, muy gorda. O mejor, haciendo una travesura en Starktech.