Ethan

Era la primera vez que Jay visitaba el nuevo piso de Ethan, quien se había mudado recientemente a pocas calles de la casa de su hermano y su cuñada. El reciente propietario observó a Jay mientras esta trataba de abarcar todos los detalles del salón, reprimiendo visiblemente las ganas de tocarlo absolutamente todo. Esa era una de las cosas que más incomodaba a Ethan respecto a la joven, ese carácter curioso y un poco cotilla. Sin embargo, verla reprimirse por él era un espectáculo divertido, aunque decidió acabar con su sufrimiento ofreciéndole un asiento en el sofá, mientras él se sentaba en el sillón contiguo y le tendía un bote de cerveza. Jay alargó la mano rápidamente, visiblemente aliviada por tener algo que estaba autorizada a tocar, y se llevó la cerveza a los labios.

Parecía que iba a ser una tarde tranquila, mientras esperaban a que Jason saliera de trabajar y se acercara a jugar con ellos a unos cuantos videojuegos. No obstante, esta expectativa de tranquilidad se resquebrajó en la mente de Ethan cuando el sonido característico del telefonillo reverberó por el pasillo de la entrada. Jay miró al joven, quien le devolvió la mirada, desconcertado.
-Pensaba que a Jason le quedaba al menos una hora más – dijo la chica, dejando la cerveza sobre la mesa de cristal.

Ethan la levantó para poner debajo un posavasos, mientras negaba con la cabeza. “En casa de los demás sí que eres limpio”, pensó Jay maliciosamente, recordando las broncas monumentales de Jane por dejar las botellas de Coca Cola frías en el suelo. Ethan se levantó del sofá y avanzó hacia el telefonillo, para descolgarlo poco después. Era evidente que el chico intentaba tener una conversación privada, pues hablaba de espaldas a Jay, y con voz queda. Jay, por su parte, trató de aparentar indiferencia para ahorrarle a su amigo una situación incómoda y echó un vistazo despreocupado sobre la pila de libros que había sobre el mueble de la televisión.
-No voy a abrirte –dijo Ethan con voz seca y un tono algo más elevado- así que déjame en paz.

La chica se volvió hacia él con expresión interrogativa, ¿quién sería?
Ethan colgó sin decir nada más, pero quien fuera que estuviera al otro lado no parecía de acuerdo con la última sentencia de su interlocutor, así que continuó llamando al timbre, mientras este regresaba a sentarse en el sillón, ahora mucho más ceñudo. Parecía que su expresión se alargaba conforme los pitidos se repetían y Jay, sin atreverse a moverse, mirarle, o reírse, se mantenía tiesa en el sofá, con las manos en las rodillas.

Tan repentinamente como empezaron, los pitidos cesaron, arrancándoles un suspiro de alivio. Sin embargo, la paz duró poco, pues de inmediato comenzaron a oír los mismos pitidos de telefonillo, sólo que esta vez en casa del vecino de al lado. Los chicos se miraron, alerta. Ethan se levantó de un salto cuando escuchó el mismo sonido en el piso de arriba, y luego abajo. Entonces sí, Jay no pudo reprimir la risa, mientras el chico prácticamente correteaba en círculos gritando.
-¡Noooo! ¡No le abráis!

Pero sus despreocupados vecinos no parecieron oírle, porque a los pocos segundos, las llamadas cesaron. Ethan se llevó las manos a la cabeza, y Jay se levantó del sofá.
-Pero ¿quién es? –Preguntó ella, divertida y preocupada al mismo tiempo.
-Una chica –respondió Ethan corriendo hacia la puerta y mirando, nervioso, por la mirilla.
-¿Una chica? ´-Repitió la chica, poniéndose en jarras; comenzaba a entender la situación- ¿Una chica a la que te tiraste y luego pasaste de ella?

Ethan alejó la cara de la puerta para lanzarle una mirada ceñuda, como diciendo “métete en tus asuntos”, sin embargo, volvió la vista rápidamente al pequeño agujero de cristal para luego saltar hacia atrás, como accionado por un resorte.
-Está aquí –murmuró con una voz tan estrangulada que parecía la niña de Poltergeist. Sucediendo a sus palabras, el timbre de la puerta empezó a taladrarles los oídos.
-¿No vas a abrir? –Preguntó Jay, con las manos en los oídos y deseando que acabara aquel ruido infernal. Ethan titubeó, mirando hacia la puerta.-¿Quieres que llame a la policía? –Insistió ella.
-No –negó el chico, al parecer tratando de recuperar la dignidad. Cuadró los hombros hacia atrás y avanzó decididamente.

Con el pomo fuertemente asido en la mano, abrió sólo una rendija, lo justo para ver y ser visto. En el rellano le esperaba una joven bastante guapa, de cabello rubio y ojos claros, que se encontraba cruzada de brazos y con el ceño tan fruncido que su rostro parecía la mueca de un dibujo animado.
-Ethan –exclamó la chica con voz chillona- ¡déjame entrar ahora mismo!
-Lucy, cálmate –respondió él, tratando de mantener esa compostura firme que había ensayado antes de abrir la puerta.

La joven no pareció verse influida por dicha presencia y, alzando una pierna le pegó una fuerte patada a la puerta. El chico se vio proyectado hacia atrás, pudiendo recuperar el equilibrio gracias a una pared que había a su espalda. Jay pegó un brinco del sobresalto y soltó un pequeño chillido. Lucy atravesó la puerta rápidamente, y al ver a la chica de pie en mitad del salón, soltó un grito.
-Hija de puta, ¡eres tú!

La alcanzó en dos zancadas tan rápidas que a penas si las vio, con las manos por delante, crispadas como si fueran las mortíferas garras de un halcón, dispuesta a cogerla por los pelos. Jay retrocedió hasta tropezar con el sofá a su espalda y acabar sentada en el mismo, protegiéndose la cara con los brazos.
-¡Ethan! –Gritó la chica, lanzando patadas al aire para desembarazarse de su agresora toda ella uñas afiladas e improperios.
-¡Hija de puta, me has quitado a mi Ethan, te voy a matar!
-¡Ethan! –Repitió Jay, desgañitándose, sin poder mirar a través del mar de garras que trataban de sacarle los ojos.

Por un instante se vio libre de aquellos brazos cuando el chico corrió hacia Lucy y la agarró por la espalda, tratando de levantarla en el aire, pero pronto a las manos le siguieron las piernas, que se agitaban sobre ella en un esfuerzo enérgico por patearla. Un zapato de tacón le golpeó en el hombro, mientras Jay trataba de reptar por el sofá hasta salir de su alcance. Lo logró cuando su amigo cayó al suelo con su ex amante en brazos y comenzaron a forcejear sobre la alfombra. Jay corrió hacia el cuarto de baño y echó el pestillo a su espalda. Con las manos temblorosas llamó a la policía. Ay, la hostia, no sé para qué vengo, pensó.

Cuando llegó la policía, Lucy hacía rato que había convertido su ira homicida en un ataque de histeria, y después en un llanto tan agudo que había puesto en guardia a todos los perros del bloque. Sentada en el sofá y con un cojín en el que hundía la cara, Ethan había conseguido calmarla al menos lo suficiente para que no le destrozara el piso, o la cara a su amiga Jay, quien continuaba encerrada en el baño. Durante los días siguientes aquello se convirtió en motivo de enfado entre los dos amigos, y durante los meses siguientes fue la anécdota estrella de ambos, quienes parecían haber haber ensayado la narración para convertirla en una vivencia increíblemente divertida.

Lo que venía a decir después de todo esto, es que Ethan estaba acostumbrado a vérselas en situaciones que una persona media consideraría demenciales. Así pues, cuando, vagando por los pasillos de Starktech encontró uno de los almacenes de Ironman repleto de complicadas piezas de maquinaria, no le tembló el pulso lo más mínimo al entrar. ¿Y si era uno de esos enormes almacenes de trajes de combate?

Sin embargo, cuando prendió las luces y observó a su alrededor, la desilusión se adueñó de él. Se trataba de un enorme almacén del tamaño de una nave industrial pequeña, con estanterías de metal del suelo al techo y cajas enormes llenas de pequeñas e intrincadas piezas que ni el ingeniero de Ikea más preparado podría desentrañar. Las paredes restantes estaban cubiertas con maquinaria de montaje y paneles de herramientas, para los trabajadores. Afortunadamente para Ethan, Starktech cerraba a las ocho de la tarde, y en la empresa sólo quedaban los aspirantes a la entrevista, a quienes seguramente iban a someter a duras pruebas de aguante mental.

Sin embargo, para decepción del chico, en aquella enorme sala no estaban construyendo armaduras de guerra ni nada por el estilo, sino partes de partes de alguna pieza de algo. Es decir, era un punto intermedio de alguna cadena de montaje más larga. Suspiró cuando se dio cuenta de que no podría salir de allí volando en una armadura dorada y roja.

El chico paseó por la nave, escuchando solamente el sonido de sus propios pasos propagados como un eco, cuando encontró una caja de metal más grande que el resto, que rezaba “desechos”. Estuvo a punto de pasar de largo cuando algo en su interior llamó poderosamente su atención. Entre millones de pequeñas piezas metálicas sin forma determinada, algo parecía tener una forma más… antropomórfica. Se encaramó al borde y estiró el brazo para cogerlo. Sonrió cuando vio que quizá no todo estaba perdido. Lo que sujetaba Ethan entre sus manos era un brazo de metal. Pero no un brazo robótico, sino el brazo vacío de una armadura a medio montar.

Excitado, lo llevó rápidamente hacia una superficie plana y lo dejó allí. Estaba en el montón de desechos, ¿por qué? Sin pensarlo dos veces, corrió hacia uno de los paneles de herramientas y de un rápido vistazo seleccionó unas cuantas que, pensó, serían suficientes para desmontarlo. No aspiraba a hacerlo funcional, pero se moría de curiosidad por saber cómo funcionaba su interior. Siempre había querido ser ingeniero, pero era hijo único y la empresa de sus padres tenía que recaer sobre los hombros de alguien, así que se vio obligado desde niño a estudiar encaminando su futuro a poder ser útil para el negocio familiar. Lo había llevado con resignación cristiana, al fin y al cabo era un trabajo estable y le daba el suficiente dinero para vivir independizado y bastante acomodado, así que no podía quejarse. Pero las máquinas… siempre habían sido su pasión. Incluso era él mismo quien arreglaba las máquinas de montaje dentro de su propia empresa, los ordenadores, las videoconsolas de sus amigos. Todo. Cuando cogía un destornillador no había aparato electrónico que se le resistiera.

Y ahora, teniendo el brazo mecánico que Ironman había desechado, no iba a detenerse. Rápidamente y con dedos ágiles y expertos, desmontó la armadura y comenzó a separar las piezas, dejándolas extendidas sobre la superficie, que no era más que una caja de metal  que había quedado sin apilar. Cuanto más desmontaba, más maravillado se quedaba. Su interior parecía un laberinto de ensueño. De ensueño para un geek como él, claro. Todo estaba dispuesto de la forma más inteligente y utilitaria, y aun así jamás se le habría ocurrido situar todos los componentes de aquella manera. Los cables, las uniones, los chips, parecía toda una obra de ingeniería a escala diminuta. Como una Mona Lisa soldada y llena de empalmes.

Tras aproximadamente diez minutos, Ethan dio con la causa del problema: habían utilizado un cable equivocado para hacer una de las conexiones. Tenía que ser de fuerza positiva, y habían utilizado uno neutro. ¿Cómo es posible que después de toda la pericia montándolo, hubiesen fallado en algo tan básico? Pero Ethan entendió lo que querían hacer. Utilizando un cable neutro hubiesen podido aumentar la capacidad de los propulsores; pero habían inutilizado el resto. Pero podía solucionarse. Podía hacer las dos cosas. Pensativo, se dirigió rápidamente hacia el montón de desechos y rebuscó unos minutos hasta dar con lo que buscaba. Después, regresó hacia su superficie de trabajo improvisada y comenzó con la reparación del brazo. Ni siquiera se había detenido a pensar en lo que estaba haciendo hasta que giró por última vez el destornillador, fijando el último de los tornillos.

Después, observó el brazo sobre la caja, y sintió, por primera vez, que le temblaban las manos. ¿Se atrevería? Antes siquiera de terminar de formular esa pregunta prohibida en su mente, alargó el brazo derecho y lo metió dentro de la armadura. De inmediato ésta se movió, acoplándose a su anatomía. Le estaba un poco grande, pues imaginaba que Tony Stark estaría en mejor forma que él, pero por lo demás, como había previsto, era totalmente utilitaria.

Ethan observó su mano unos instantes y, excitado, la abrió y cerró varias veces. Las luces de neón del techo arrancaban destellos metálicos a la armadura, que estaba aún en un color metálico neutro, sin pintar. Volvió la mano, y en la palma, justo en el centro, un círculo grande brillaba con intensidad. El brazo no estaba cargado, ni estaba conectado al resto de la armadura, así que sólo tendría una oportunidad antes de agotar su batería autónoma. Pero si lo hacía, si lo hacía… se mordió el labio inferior hasta casi hacerse sangre. Joder, se moría de ganas de disparar al aire con aquel disparador de energía que vibraba en su mano; pero si iba a salvar a su pueblo tendría que guardar ese tiro como oro en paño, para utilizarlo en un momento preciso. Aun así, no pudo reprimir levantar el brazo, extendido hacia adelante. Ojalá alguien pudiera hacerme una foto.
-¿Te importaría disparar hacia otro lado? Le tengo mucho cariño a esa máquina –dijo una voz masculina a su espalda. La sorpresa le arrancó un alarido y un brinco; se volvió con rapidez y el brazo reaccionó al movimiento, desperdiciando con un enorme estruendo aquel disparo tan preciado.

A Ethan se le detuvo el corazón en el pecho al pensar que le había disparado a aquel hombre que le había dado un susto de muerte, pero cuando recuperó la visión tras el fogonazo, vio que había alcanzado a la pared junto a él. El hombre todavía se encontraba apoyado contra la puerta, mirando el agujero que Ethan acababa de hacerle al muro. Llevaba unos pantalones marrones con una camiseta negra ceñida, el pelo oscuro muy corto y una perilla. Ethan pensó que había estado sonriendo, debido a las ligeras arrugas en la comisura de los labios. Pero si lo había estado haciendo, ahora no sonreía en absoluto. No tenía una expresión amistosa, de eso Ethan estaba seguro, aunque tampoco podía culparle.
-Lo siento mucho –dijo el chico, tratando de quitarse el brazo mecánico- lo siento mucho, no era mi intención -le temblaban tanto las manos que fue incapaz de deshacerse de él, y cuanto más tardaba en quitárselo, sintiendo la mirada amedrentadora de aquel hombre, más sentía que los nervios se adueñaban de su cuerpo, haciéndole más torpe.

Pronto se dio cuenta de que si el hombre no se había movido ni siquiera cuando le había disparado, no iba a atacarle ni a llamar a nadie mientras intentaba quitarse la mano. Decidió respirar hondo y mirarle. Si había conseguido enfrentarse a aquella loca de Lucy, podría con un guardia de seguridad cualquiera.
-No quería disparar –repitió el chico, alzando las manos hacia arriba, como si le estuvieran apuntando con un arma. Lo importante era mostrar que no era un ladrón, y que, manos de Ironman a parte, era inofensivo.
-Lo sé –respondió el hombre, aún sin moverse- lo has activado por error, por el movimiento brusco. Los de este modelo son muy sensibles al movimiento.
-No voy a volver a disparar –aclaró Ethan. Por si acaso.
-Lo sé. No tienes suficiente batería para eso. Tendrías que haberte dado cuenta.
-No quería disparar –repitió el joven.
-¿Qué haces aquí? –El hombre se movió de la puerta y comenzó a caminar erráticamente por la nave, con las manos en los bolsillos. Pasados los nervios, Ethan comenzó a sospechar que no se trataba de un vigilante de seguridad. No llevaba uniforme, ni porra, ni nada.
-Venía a… venía a la entrevista de trabajo. Y… me he perdido –respondió, siendo fiel a la verdad sólo al cincuenta por ciento.
-¿Venías a robarme las armas para luego venderlas a países del eje del mal? –Preguntó aquel hombre, despreocupadamente.
-No –negó Ethan rotundamente. ¿Había dicho robarme? –Perdón pero ¿quién eres?
Aquel hombre se giró, esta vez sí, con una expresión de sorpresa intensa en su rostro.
-¿Quieres trabajar para mí y ni siquiera sabes quién soy?

Algo refulgió a la altura del pecho de ese hombre, algo redondo que sobresalía marcando su camiseta en un círculo. Ethan se olvidó de cerrar la boca mientras le miraba con atención. Después, no pudo reprimir una sonrisa emocionada.
-Eres… eres Tony Stark. Eres Ironman –afirmó, mientras se conseguía retirar la mano metálica. Él volvió a sonreír, con un deje de suficiencia.
-¿Y bien? ¿Para quién trabajas? ¿Corea? ¿Putin? ¿Qué clase de científico loco te ha entrenado lo bastante bien como para arreglar una de mis manos defectuosas?
-Yo no soy ningún enemigo, ni pertenezco a ninguna banda criminal –expresó él- nadie me ha entrenado. He aprendido por mi cuenta –y con tutoriales de internet, añadió mentalmente. Para demostrarle que no era ningún emisario de… de Fidel Castro, le tendió la mano con los brazos muy estirados, como si fuera un regalo de un humilde emisario ofrecido a Su Alteza Real. Le faltó hincar una rodilla en el suelo.

Tony Stark se aproximó hacia el brazo mecánico y lo cogió, examinándolo de cerca.
-¿Pretendes que me crea que has arreglado uno de mis brazos desechados tú solo? ¿Y sin estudios?
-No era difícil. El problema estaba en los cables.
-¿De dónde vienes, chico? –Preguntó Tony Stark, poniéndose el guante y moviendo los dedos, ajustándolo a su propia anatomía.
-De Kansas –Ethan volvió a ser fiel a la verdad de nuevo al cincuenta por ciento- de un pueblo pequeño.
-Pues veo que has llegado al País de Oz, pequeña Dorothy. –Ironman suspiró irónicamente- Últimamente todos los chalados que me encuentro vienen de Kansas, ¿será por el agua?
Ethan le miró fijamente.
-Kansas apesta, pero ¿has conocido a alguien más de allí? –El joven se mantuvo clavado en el suelo, apretando ahora las manos contra sus muslos. ¿Habría encontrado a Mark? Él le miró de soslayo, todavía toqueteando la mano mecánica.
-¿Por qué? ¿Te interesa?
-Unos amigos míos están en la ciudad –respondió él- creo. Tengo que reunirme con ellos.
-¿Quiénes?
-Mi primo Hoydt, por ejemplo. Y Mark, y también Jay.
Ironman se volvió hacia él, repentinamente interesado.
-¿Has dicho Jay?


En la fiesta todo parecía haberse calmado un poco. El Capitán América hablaba con pequeños grupos cada vez, como si estuviera en plena campaña electoral para convencer al pueblo de que lo ideal es viajar a otro universo a darse de hostias con los peores villanos de su propio mundo. Conforme pasaba el tiempo empecé a temer que comenzara a perder el interés por no recibir ningún apoyo. Mientras, yo me paseaba, nerviosa, por la sala, con un vaso de cerveza en la mano que había cogido sólo para tener algo que hacer mientras los demás charlaban. En lugar de hablar, simplemente me llevaría el vaso a la boca, y así no parecería tan apartada y triste. De pronto vi a Hulka apoyada en la pared, cruzada de brazos y pensativa. Le di un largo trago a la cerveza y me aproximé.
-Hola –murmuré. Ella me miró, con un mohín.
-Hola –respondió.
-Tienes una piel preciosa en la vida real –dije, para romper el hielo. De pronto me di cuenta de que parecía que quisiera ligar con ella, aunque no había faltado a la verdad. Era de un verde precioso. La mujer frunció el ceño, sin decir nada- oye –añadí, titubeando- de verdad que no me he acostado con Tony Stark. No le he conocido hasta hoy, en la reunión.

Ella movió una mano, como si espantara una mosca.
-Me da igual con quién se acueste Tony –respondió, forzando una sonrisa- no te preocupes por eso. Parece que tienes cosas mejores en las que pensar en estos momentos.

Asentí, dándome cuenta de que quería zanjar así la conversación. Me alejé, dando algunos pasos sin rumbo fijo, buscando un lugar apartado en el que sentarme y observar, como una especie de pervertido perturbado, a todos mis héroes.

Sin embargo, antes de encontrarlo, algo resplandeciente iluminó el enorme ventanal que daba a la ciudad. Ironman llegaba volando en su armadura y se había detenido, muy tieso y propulsado con los brazos, justo delante del cristal. Algunos exclamaron algo hacia él, como “deja de lucirte, Tony”, y rieron hasta que una segunda armadura hizo su aparición junto a él. Llevada con mucha menos pericia, se detuvo a su lado, temblorosa, hasta que ambas desaparecieron propulsándose hacia arriba. Al poco rato, escuchamos cómo se abría la puerta, y unos pasos metálicos se aproximaban por el pasillo. Las dos armaduras relucieron bajo la luz de los halógenos del techo. Una amarilla y roja, y otra completamente plateada, como si fuera un nuevo modelo sin pintar. ¿Máquina de Guerra? A la vez, como si estuvieran sincronizados, se llevaron las manos a los cascos, y comenzaron a quitárselos. De nuevo, Máquina de Guerra pareció mostrar algunas más complicaciones a la hora de manejar su armadura, pero tras unos leves forcejeos, consiguió dejar el rostro al descubierto. Se volvió hacia mí, dejándome clavada en el sitio.
-Hola, Jay –dijo Ethan, saludándome con una de sus sonrisas de cabrón afortunado.

-Qué hijo de…