Mark

Es curioso cómo puede cambiar la percepción de la gente dependiendo de las situaciones en las que se ve envuelta. Por ejemplo, aunque siempre había sabido que, objetivamente hablando, Ethan era un hombre atractivo, jamás me había planteado, ni remotamente, tener nada con él hasta que le vi enfundado en aquel traje, todo metal y brillos. Como si fuera una versión (aún más) musculada de Robocop, pero con una sonrisa mucho más carismática.

En fin, ahí estaba, todavía boquiabierta ante la imagen de un Ethan que de repente se mostraba como una pareja sexual más que válida, cuando de pronto un rayo inexplicable cruzó el cielo de parte a parte acompañado de un trueno que hizo vibrar los cristales de la casa, haciéndonos dar un respingo a los humanos de la habitación. Jarvis avisó de que iría a echar un vistazo al helipuerto del tejado “por si había alguna visita”, y mientras, me aproximé a mi amigo, quien se mostraba exultante y se negaba a abandonar el casco de su traje ni un solo instante, aunque le impidiera coger las copas de la mesa que había ante él.
-¿Qué diablos…? –Pregunté, señalándole elocuentemente.

Él sonrió, profiriendo una mueca después, pues era obvio que con la emoción de ser mini Ironman había olvidado que aún tenía el labio partido y un ojo hinchado. Se rascó la costra que se le había formado en el labio y luego volvió a sonreír, de una forma mucho menos efusiva ahora. Acto seguido, se volvió orgullosamente hacia mí, con algo de torpeza, para exhibirse.
-Soy Máquina de Guerra –mostró una fila de dientes muy blancos y muy rectos.
-Ya lo veo –yo también sonreí, mientras alargaba una mano para acariciar el metal de su pecho.

Era un metal pulido y brillante, y observé con vergüenza cómo mis grasientas huellas dactilares quedaban grabadas en él. Froté la mancha con la manga, esperando borrarla, mientras Ethan me relataba vagamente cómo había conocido a Tony Stark al poner en marcha uno de sus brazos mecánicos, en Starktech, y cómo este le había considerado apto para llevar una de sus armaduras. Uno de sus MARKs.
-Y conseguí convencerle de que nos ayudara –concluyó, revisando la marca que mis dedos habían dejado en su flamante traje de combate.
-Pues menos mal –respondí – porque me parece que yo no le he caído muy bien. Conseguí convencer al Capi, y él organizó lo de esta reunión, pero no todos –bajé la voz, mirando a mi alrededor- no todos están de acuerdo con lo de ayudarnos.

Alguien más entró en la sala, levantando un amistoso revuelo entre los superhéroes. Como todos ellos me superaban en altura por al menos treinta centímetros fui incapaz de distinguir de quién se trataba, así que volví a girarme hacia Ethan, quien también oteaba, alargando el cuello, para ver por encima de las cabezas de la gente.
-¡Por cierto! –Exclamé de pronto, dándome cuenta de algo importante- ¿Dónde está Hoydt?

Ethan volvió la mirada sobre mí y se cambió el casco de brazo, acomodándolo bajo él como buenamente pudo. Negó lentamente con la cabeza.
-No sé nada de nadie desde que traspasamos el portal. Eres la primera a la que veo.

Me mordí el labio, preocupada. Pero otra idea me asaltó con la fuerza de un mazazo.
-¡Ah! –Exclamé de nuevo, dando forma a esa idea. Ethan frunció el ceño, como queriendo decir “¿puedes dejar de hacer eso?” pero el entusiasmo se sobrepuso a su regañina telepática y volví a cogerle del brazo, increíblemente voluptuoso ahora- ¿Entonces no sabes lo de Mark?
-¿Qué de Mark? –Preguntó, retirando su brazo de entre mis dedos y revisando de nuevo que no le hubiera dejado ninguna mancha.
-¡Ahora es un dios!

Nunca creí posible, humanamente hablando, que alguien pudiera poner los ojos en blanco como lo hizo él. En serio, pensé que en cualquier momento se le darían la vuelta entera y se le caerían de las órbitas. Sin embargo, antes de que pudiera añadir alguna explicación para evitar aquella desagradable imagen mental, Ethan volvió a poner los ojos en su sitio anatómicamente correcto cuando enfocó algo detrás de mí que le hizo abrir la mandíbula. Como aquella vez que vino a tomar algo después de una cita con el dentista y estuvo balbuceando de forma cómica toda la tarde. Sólo faltó que se le resbalara un hilillo de baba desde la comisura de la boca. Me volví para observar aquello que había dejado boquiabierto al normalmente impávido Ethan.

Con su nueva barba, con sus pieles y cueros de armadura, Mark mostraba su amable y sincera sonrisa.
Lancé un gritito de alegría y di un brinco para lanzarme a sus brazos con energía. Él me cogió al vuelo y me estrechó entre ellos. Olía a leña y a cerveza, a cuero y sudor. Olía a Mark, a dios vikingo, y nunca me había resultado tan atractivo. Cuando me deshice de su abrazo miré a Ethan y me sentí aturdida por la masculinidad palpable de mis dos amigos. Acalorada, decidí deshacer el contacto visual con ambos mientras Mark alargaba una mano para estrechársela a su amigo en modo de saludo.

Pero desviar mi mirada fue un error, pues si me preocupaba mi dignidad femenina rodeada por Máquina de Guerra y el dios Tyr, definitivamente ésta quedó por los suelos cuando un gritito agudo, nacido en alguna parte de mi interior, se me escapó de entre mis labios entreabiertos y llamó la atención de todo ser vivo de la sala, y de todos los perros de Manhattan que comenzaron a aullar al unísono. Pero es que el mismísimo Thor estaba entablando una conversación amistosa con el Capitán América, justo junto a nosotros. Los dos, altos, musculosos y rubios, podían ser la hombría en persona. Era como un duelo de Titanes, pero cuyas únicas víctimas eran mis ovarios.

Al escuchar mi patético aullido de gata en celo, Thor se volvió hacia mí, mirando previamente a Tyr a mi espalda, y dio un paso hacia el frente, extendiendo una mano grande y varonil en mi dirección.
-Así que vos sois la mujer venida de otro mundo.  

El mismo gritito volvió a escapárseme de entre mis dientes apretados y chirriantes, y mirando su mano extendida que aún no había podido estrecharle, me empezó a entrar una risita nerviosa. Para acompañar la sensación de ridículo absoluto me flojearon las rodillas y empecé a moverme, por algún motivo que no alcanzo a comprender, como si tuviera un problema grave de incontinencia. Tyr, a mi espalda, se rascó una ceja y Ethan, avergonzado, adelantó su brazo robótico por delante de mi cara, y estrechó la mano del dios, que ensanchó la sonrisa ante la situación.

Momentos después, la solemnidad de la reunión me había templado los nervios. Sentados esta vez alrededor de la larga mesa donde hacía sólo unas horas que Steve Rogers me había entrevistado, cada superhéroe se acomodaba como mejor podía sobre una silla demasiado adusta, mirándonos las caras.  Sin embargo, elegí quedarme en un segundo lugar, sentada en una butaca junto a la mesa principal, y  prácticamente oculta tras la ancha espalda de Mark, oía y sólo veía de refilón cómo se iba desarrollando la conversación. Me alivió saber que al menos dos de mis amigos estaban bien, y que a partir de aquel momento el peso de la misión no recaería solamente sobre mis enclenques hombros.
Expiré un largo suspiro que me hizo darme cuenta de lo tensa que me había mantenido a lo largo de todo el día.

Ninguno de los presentes entendía exactamente cómo es que alguien de una dimensión alternativa (la “real” para nosotros) había sido el avatar de un dios Asgardiano, pero para ser sinceros creo que la mayor parte de los superhéroes tampoco acababa de comprender la forma en que funcionaba la dicotomía Donald Blake-Thor, así que no trataron de profundizar en el tema. Como mucho, Spiderman se atrevió a declarar.
-Así que… antes eras humano… ¿dónde se apunta uno para ser un dios? ¿Puedes entrar en Asgard si te gusta la cerveza con sabor a cereza? –Cómicamente, tanto Tyr como Thor torcieron el gesto ante la idea de la existencia de una cerveza de tal sabor.

En fin, simplemente felicitaron a nuestro grupo por añadir dos superhéroes a su universo, y al nuestro propio. Si Ethan conseguía desentrañar la estructura de su armadura y la reproducía, él y Mark podrían ser los primeros superhéroes reales de nuestro universo. Fue entonces, en el momento en el que Steve Rogers llegó a aquella conclusión, cuando sentí un pinchazo de envidia. Quizá más tarde, sin la supervisión de Ironman, podría pedirle el casco de Máquina de Guerra a Ethan. Sólo por probar…
Mientras todavía debatíamos sobre la utilidad de tener a Tyr y a Máquina de Guerra 2.0 en nuestra campaña de rescate del pueblo, otro rayo atravesó el cielo negro y despejado de la ciudad, escindiéndose como un racimo de uvas cálido y mortal. Tras la sorpresa inicial, nos volvimos hacia Thor, quien se encogió de hombros.
-No ha sido obra mía.

Jarvis se personificó de nuevo en la sala. Tony Stark se levantó de su silla, arrastrando las patas hacia atrás, y se aproximó a él. Discretamente, el anciano mayordomo murmuró algo y se retiró. Ironman volvió el rostro hacia nosotros.
-Parece ser que tenemos más visitas.

Sucediendo a sus palabras, un hombre en silla de ruedas hizo su aparición en la sala. Todos los superhéroes que habían estado sentados se levantaron de golpe, dispuestos a saludar a los recién llegados. Un montón de traseros musculosos y apretados dentro de coloridos disfraces me taparon de nuevo la visión, aunque mis tripas habían dado un brinco revelador, pues había alcanzado a ver la brillante calva del profesor Xavier. Me levanté yo también y estiré de la capa peluda de Tyr que cubría su espalda.
-¿Es el profesor Xavier? –Pregunté cuando se inclinó hacia mí. Él asintió, sonriendo- ¿y quién entra ahora? –pregunté de nuevo, ansiosa por saber más. Podría subirme al sofá de Tony Stark para conseguir un mayor campo de visión, pero no quería causarle una peor impresión, así que me contenté con escuchar las explicaciones de Tyr.
-Está entrando Tormenta. Vaya, es impresionante.
-¿Lleva la cresta?
-No, el pelo blanco y largo.
-Jo, me gusta más la cresta.
-También ha entrado Cíclope.
-Argh, qué mal me cae.

Un brazo metálico me dio un codazo en la boca del estómago que me dejó sin aliento. Mark, ajeno a la agresión de Ethan, continuó.
-Hay una pelirroja buenísima hablando con el Capi.
-¿Jean Grey?
-Supongo. Está tremenda.
-¿Quién es el hombre que está hablando con Bestia? –Preguntó Ethan.
-¿No lo sabéis? –Spiderman apareció sorpresivamente a nuestra espalda.

Ethan se refería a aquel hombre de cabello negro y camisa morada a quien no había conseguido identificar más temprano aquella tarde. Mark frunció el ceño, pensativo.
-Es… ¿es Bruce Banner?
-El mismo que viste y calza. Aunque Hulk no calce…
-Oh, Dios –exclamó Ethan, interrumpiendo lo que parecía el inicio de uno de los típicos chistes de Spiderman.

 De inmediato comenzó a abrirse paso entre la gente. Avispa lanzó un gritito al aire cuando una de las torpes y pesadas botas metálicas de Ethan aplastó uno de sus delicados pies. El chico la ignoró y continuó apartando a los invitados hasta que salió de mi campo de visión.
-¿Qué pasa? –Pregunté a Tyr, estirándole insistentemente de la capa.
-Es… es Hoydt.

Hoydt… no sabía si había escuchado bien al dios, que se había quedado boquiabierto mirando por encima de las cabezas de los superhéroes, quienes ahora también cuchicheaban entre ellos. No sabía si le había escuchado bien, pero no me importó. Siguiendo el camino que había abierto Ethan al abrirse paso entre los personajes de cómic, avancé a trompicones hasta encontrarme frente a la Patrulla X al completo. Ninguno reparó en mi presencia hasta que lancé otro chillido entusiasta al encontrar a Hoydt entre ellos, mirándonos sonriente y orgulloso de sí mismo, enfundado en un rígido uniforme con los colores clásicos de los X-men. Ethan había avanzado hacia él y le abrazó unos instantes, antes de que yo consiguiera apartarle para estrechar su cuerpo ahora ajustado por los cueros del traje.
-¡Estaba tan preocupada! –Mascullé contra su pecho.
-Vale, vale, Jay. No pasa nada –Hoydt me retiró el abrazo con delicadeza, para estrechar la mano que le tendía Mark, a quien, pensé, no había reconocido, pues estaba achicando los ojos, tratando de saber quién era aquel nuevo dios vikingo que se mostraba amistoso con él.

Me dio igual, no pensaba soltarle. Me sentía tan aliviada ahora que habíamos podido encontrarle. O  bueno, que nos había encontrado él a nosotros ¿qué hubiese dicho Jane si le hubiésemos perdido? ¿Y si le hubiese pasado algo, a punto de tener un hijo? Apreté la fuerza de mi abrazo, mientras el hombre empezó a reír.
-Me vas a asfixiar –comentó paternalmente.
-Que me da igual, no pienso soltar… te.

Alguien se aproximó a Hoydt desde detrás. Alguien a quien vi acercarse como si fuera una aparición. Alguien que hizo que la boca se me secara de inmediato, como si hubiese consumido una cantidad escandalosa de polvorones. Mi siguiente respiración fue sustituida por un tosido, y expectorando como un perro tísico, aparté a Hoydt con cierta brusquedad, mientras retrocedía algunos pasos. Desgraciadamente, el cuerpo de Tyr, a mi espalda, me detuvo y, sin apartar la vista de aquel personaje, no pude continuar huyendo.

Lobezno, desgraciadamente bajito pero muy musculoso y peludo, con una mirada que hacía que las piernas me bailaran frenéticamente, intercambió algunas palabras amistosas con Hoydt. Llevaba un puro en la comisura de la boca, y el traje de cuero anaranjado y negro. Mis oídos se habían silenciado y no podía escuchar nada más que el ritmo salvaje de mi corazón y mi propia respiración agitada. Lobezno, el que había sido mi amor platónico desde que salió la primera película de X-men. Es curioso cómo las adaptaciones cinematográficas habían conseguido captar, en muchas ocasiones, el fondo del personaje aunque no tanto su físico. Aquel Lobezno que tenía ante mí guardaba un escaso parecido con Hugh Jackman, el actor que le encarnaba en todas las películas, pero alguno de sus rasgos y su actitud, muy parecida a la del actor australiano, le hacían perfectamente reconocible. Ese ceño fruncido, esa nariz masculina. El cabello. Era algo escaso de estatura, sin duda, apenas nos separarían un par de centímetros, pero dios mío, exudaba virilidad y violencia por todos los poros.

Tras intercambiar unas cuantas palabras con mi amigo recién reencontrado, este me señaló ligeramente con la cabeza y Lobezno fijó su mirada en mí. Avanzó unos pocos pasos en mi dirección, y sentí que Tyr se retiraba de mi espalda, para dejarme hablar con él. Todos sabían que siempre había sido mi superhéroe favorito. Coleccionaba todas sus series, había escrito fan fics y había hecho innumerables dibujos de él, algunos de los cuales incluso formaban parte de la infame colección de rule#34.

Lobezno se sacó el puro de la boca y me miró largamente antes de hablar.
-Así que has conocido a Víctor.

¿Víctor? ¿Qué cojones? Algo así quise decir, pero de mis labios salió algo que sonó más bien como “viblblembe”. Él frunció el ceño. A su espalda, discretamente Hoydt gesticuló con la boca, esbozando algo que parecía “Dientes de Sable”. Por una vez, mi cerebro hizo la conexión adecuada. Víctor Creed. Asentí torpemente.
-Te has ganado mi respeto, nena.

Quise sonreír, halagada por el piropo, pero sólo pude retener un eructo ácido que me subió desde el estómago, precedido por una fuerte náusea, muy desagradable. Necesitaba salir de ahí. Quise despedirme, pero sólo conseguí boquear como un pez fuera del agua antes de hacer otro gesto torpe con la cabeza y comenzar a huir. Corriendo y esquivando gente de forma algo violenta, -más de lo que en una situación normal me atrevería, especialmente teniendo en cuenta que estaba empujando a gente con superpoderes- llegué hasta la puerta del baño, ahora entreabierta y solitaria, e irrumpí dentro como si me persiguieran una manada de lobos salvajes. Eché el pestillo a mi espalda y me dejé caer sobre el suelo, temblando.

Dios mío, dios mío.

¿Existe alguien más ridículo sobre la faz de la tierra?
Quise llorar.





Me ha llamado “nena”. Jeh.